Me reencuentro con Pesadillas por motivos similares a los que me llevaron a volver a ver hace unos meses Holocausto Radiactivo, Llegan sin avisar o Killdozer, conformando las cuatro cintas, aunque de manera no premeditada, una especie de ciclo “fantástico-nostálgico” con posible continuación. Se trata de largometrajes, dentro del citado género, de los que guardo algún recuerdo especial y básicamente sentimental que me ha llevado a rescatarlos del pasado.
Durante muchos años recordaba vagamente una película compuesta por varias historias de terror, una de las cuales trataba sobre un joven que se veía perseguido por el personaje de un videojuego. Recordaba que ese fragmento se titulaba El obispo… “de algo”, pero nada más. Al final, con una sencilla búsqueda en Google, di con este largometraje cuyo título había olvidado. Lo vi en uno de aquellos entrañables programas dobles en el antiguo Cine Avenida de mi pueblo –por supuesto, ya extinto–. La revisito más de tres décadas después, como ya he dicho motivado por la nostalgia de ese capítulo que me trae muy bonitos recuerdos de aquella época, especialmente porque fui un adicto a los recreativos y a las máquinas de marcianitos en aquella la década de mi adolescencia, un ambiente que refleja perfectamente esta segunda historia de las cuatro que componen Pesadillas. Las otras tres me resultan bastante menos interesantes y no reviven en mí ninguna sensación especial.
Dirigida por el televisivo Joseph Sargent en 1983, entre sus protagonistas más conocidos encontramos a Veronica Cartwright, Lance Henrikssen, a un jovencísimo Emilio Estevez (precisamente el actor principal del famoso segundo capítulo) y a Albert Hague, en aquella época muy popular gracias a la serie Fama.
¡Dichosos los ojos, compañero! Ya se le echaba a ud. de menos por estos lares...
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